El metro...
Hoy me pasó algo que nunca había vivido.
Subí al metro en Tobalaba, apretada, acalorada, empujada y llevada por la multitud que trataba de hacer lo mismo que yo: Entrar.
Conseguí ponerme en el pasillo con mi crochet y mi estambre y empecé a tejer para olvidarme de todo lo que me rodeaba y tener un par de minutos de paz. Al avanzar el tren y doblar, tuve que dejar todo de lado para no caer y, en ese momento, veo una gran sonrisa frente a mí y unos ojos azules que con ternura me miraban. "Por favor siéntate" un Caballero (sí, con mayúscula) algo mayor que con mucha amabilidad me invitó a tomar su asiento y yo, cortada, le dije que no se preocupara porque bajaba luego ( de Tobalaba a Salvador solo hay 4 estaciones). Sin embargo, insistió con un argumento que no pude rebatir: "Por favor siéntate, para que tejas tranquila, es tan poca la gente que lo hace y es tan linda la labor que estás haciendo." Me senté dándole las gracias y sintiendo, por primera vez, que alguien valoraba lo que estaba haciendo. Ya no era la mina perdida en medio de esa vorágine que esgrimía su crochet casi como un bastión de libertad que nadie entendía, alguien validaba lo que hacía y lo encontraba tan importante, que me cedió su asiento para que tuviera más comodidad para trabajar.
Este Caballero no tiene idea de lo importante que fue para mí ese gesto. Aunque le di las gracias al sentarme y cuando iba a bajarme, no creo que sepa que en ese agradecimiento iba mucho más que las gracias por el lugar, era el agradecimiento por validar una labor perdida, por valorar algo que para muchos es un estorbo y por darle dignidad a todas las que cada mañana llevamos nuestro crochet o nuestros palillos para hacer más ameno el paso por el metro.
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