Hijos de la historia...
Es difícil contar una historia cuando no has estado ahí. Es difícil describir los sentimientos y emociones de personas que han traspasado su historia a tu vida y te han hecho vivir algo que en realidad nunca fue parte de ti. Sin embargo, cuando vi a mi mamá a mi tía y a mi abuela recibir a Carolina con tanto amor y la vi a ella diciendo "solo vine a Chile a conocerlas a ustedes, porque son el único referente afectivo que tengo en este país" supe que debía, al menos, intentarlo.
Mi abuela llegó a Santiago el año 1948, escapando desde la Serena. Cuando llegó traía en sus brazos a mi mamá, con poco tiempo de nacida.
Recorrió calles y pasó hambre, pero finalmente llegó a la casa de Albino Pesoa, un periodista con una hija, que la recibió en su casa para que trabajara como nana y viviera ahí con mi mamá.
Tatiana, la hija del abuelo Albino, se casó con Chacho Urteaga y tuvo dos hijos: Martín y Carolina.
Mi abuela los crio como si fueran sus hijos y mi mamá y mi tía jugaban con ellos, pese a ser mayores, como si fueran hermanos.
Martín tenía 6 años y Carolina un año y meses cuando la felicidad terminó abruptamente. El golpe militar obligó a la familia a abandonar Chile y tuvieron que hacerlo por partes, pues Chacho estaba en la lista de personas que debían desaparecer. Cuando lo supo, decidió ir a la embajada Argentina para pedir asilo. Al llegar a casa esa tarde, mi tía estaba jugando con Martín en el jardín y lo último que recuerda de Chacho es que este le dijo a Martín "Adiós, Martín, nos veremos pronto" el pequeño preguntó "pero vamos a ir mañana a jugar a la pelota ¿verdad?" y Chacho solo respondió "nos veremos pronto". Tatiana, una mujer valiente y arriesgada, lo llevó en su citroneta hasta un costado de la embajada y una vez allí le sirvió de taburete para que él saltara el muro y estuviera a salvo. Todo esto con los carabineros encima.
Dos meses después, ella partió con los niños a Argentina pues ya había pasado a la lista negra por estar inscrita en el partido socialista y no tenía otra alternativa. El día del escape mi tía les ayudó a armar las maletas y a subirlas al auto para que se fueran. No sé si mi mamá estaba presente, solo sé que la última imagen que mi tía tuvo de ambos niños fue la de ellos alejándose para no volver.
Luego de dos años en Argentina, tuvieron que huir nuevamente porque los militares se tomaron el país. Silvina, hija de un matrimonio anterior de Chacho, tenía entonces 21 años y quiso quedarse en Argentina para luchar por sus ideales y seguir, desde la clandestinidad, dándole pelea al gobierno. La encontraron al poco tiempo y fue torturada y asesinada.
El resto de la familia llegó a Barquisimeto, Venezuela, y comenzaron una nueva vida ahí.
En nuestra familia, mientras tanto, el recuerdo de ellos permaneció firme. Tanto así, que desde que tengo uso de razón recuerdo los nombres de Martín, Chacho, Carolina y Tatiana en nuestras conversaciones y sobremesa. Hay fotos de ellos de niños y mi único abuelito siempre fue el abuelo Albino.
Martín vino hace 15 años a Chile porque necesitaba ver a quienes tanto amor le dieron de niño y estuvo casi una semana en nuestra casa, recordando y compartiendo con las tres mujeres que fueron casi su segunda mamá y hermanas.
Carolina, en cambio, no recordaba nada de Chile ni los rostros de mi mamá, mi abuela y mi tía. Sin embargo, llegó el jueves porque solo quería conocer a quienes tanto la cuidaron a ella, su mamá y su hermano. No le importaba ir a ver a sus parientes, con quienes no tiene contacto, solo quería sentir el afecto de tres mujeres que siempre estuvieron presentes en su vida, aunque no pudiera verlas, gracias a los recuerdos de su hermano, su padre y su mamá.
Tal y como dije en el título, ella no lo vivió, nosotros tampoco, pero somos hijos de la historia de nuestras familias y por lo mismo, yo también estaba ansiosa de conocerla y poder abrazar a esa niñita que un día tuvo que irse y dejó una marca tan profunda en las personas que tanto quiero...
Mi abuela llegó a Santiago el año 1948, escapando desde la Serena. Cuando llegó traía en sus brazos a mi mamá, con poco tiempo de nacida.
Recorrió calles y pasó hambre, pero finalmente llegó a la casa de Albino Pesoa, un periodista con una hija, que la recibió en su casa para que trabajara como nana y viviera ahí con mi mamá.
Tatiana, la hija del abuelo Albino, se casó con Chacho Urteaga y tuvo dos hijos: Martín y Carolina.
Mi abuela los crio como si fueran sus hijos y mi mamá y mi tía jugaban con ellos, pese a ser mayores, como si fueran hermanos.
Martín tenía 6 años y Carolina un año y meses cuando la felicidad terminó abruptamente. El golpe militar obligó a la familia a abandonar Chile y tuvieron que hacerlo por partes, pues Chacho estaba en la lista de personas que debían desaparecer. Cuando lo supo, decidió ir a la embajada Argentina para pedir asilo. Al llegar a casa esa tarde, mi tía estaba jugando con Martín en el jardín y lo último que recuerda de Chacho es que este le dijo a Martín "Adiós, Martín, nos veremos pronto" el pequeño preguntó "pero vamos a ir mañana a jugar a la pelota ¿verdad?" y Chacho solo respondió "nos veremos pronto". Tatiana, una mujer valiente y arriesgada, lo llevó en su citroneta hasta un costado de la embajada y una vez allí le sirvió de taburete para que él saltara el muro y estuviera a salvo. Todo esto con los carabineros encima.
Dos meses después, ella partió con los niños a Argentina pues ya había pasado a la lista negra por estar inscrita en el partido socialista y no tenía otra alternativa. El día del escape mi tía les ayudó a armar las maletas y a subirlas al auto para que se fueran. No sé si mi mamá estaba presente, solo sé que la última imagen que mi tía tuvo de ambos niños fue la de ellos alejándose para no volver.
Luego de dos años en Argentina, tuvieron que huir nuevamente porque los militares se tomaron el país. Silvina, hija de un matrimonio anterior de Chacho, tenía entonces 21 años y quiso quedarse en Argentina para luchar por sus ideales y seguir, desde la clandestinidad, dándole pelea al gobierno. La encontraron al poco tiempo y fue torturada y asesinada.
El resto de la familia llegó a Barquisimeto, Venezuela, y comenzaron una nueva vida ahí.
En nuestra familia, mientras tanto, el recuerdo de ellos permaneció firme. Tanto así, que desde que tengo uso de razón recuerdo los nombres de Martín, Chacho, Carolina y Tatiana en nuestras conversaciones y sobremesa. Hay fotos de ellos de niños y mi único abuelito siempre fue el abuelo Albino.
Martín vino hace 15 años a Chile porque necesitaba ver a quienes tanto amor le dieron de niño y estuvo casi una semana en nuestra casa, recordando y compartiendo con las tres mujeres que fueron casi su segunda mamá y hermanas.
Carolina, en cambio, no recordaba nada de Chile ni los rostros de mi mamá, mi abuela y mi tía. Sin embargo, llegó el jueves porque solo quería conocer a quienes tanto la cuidaron a ella, su mamá y su hermano. No le importaba ir a ver a sus parientes, con quienes no tiene contacto, solo quería sentir el afecto de tres mujeres que siempre estuvieron presentes en su vida, aunque no pudiera verlas, gracias a los recuerdos de su hermano, su padre y su mamá.
Tal y como dije en el título, ella no lo vivió, nosotros tampoco, pero somos hijos de la historia de nuestras familias y por lo mismo, yo también estaba ansiosa de conocerla y poder abrazar a esa niñita que un día tuvo que irse y dejó una marca tan profunda en las personas que tanto quiero...