Calvin y Hobbes...

Si yo hubiese sido como Calvin, dudo que mis papás me hubieran aguantado tantos años en la casa...

Declaración de principios...

Cuando era niña, mi mamá y mi papá nos compraban muñecas y juegos que nos hacían felices la noche del 24 de diciembre, esa noche magica. Fui creciendo y pidiendo cosas, aunque nunca pedí demasiado, de hecho, muchas cosas que no tuve y siempre quise fue porque no las pedí.
Pero siempre me quedó la magia, más alllá de los juguetes, la ropa y todas esas cosas, me quedó el gusto por aquellas horas, la ansiedad de que llegue el viejo pascuero cargado de regalos, y de que nazca Jesús, como si todo se pudiera arreglar con eso.
Nunca dejé de creer, es más, todavía creo en el viejo pascuero y todo gracias a mi mamá que, con una astucia que solo tienen las mamás, me dijo el día que le pregunté si existía realmente el viejo pascuero:

Sí existe, hija, en un lugar muy lejano, que se llama "El país de la ilusión."

Gracias, mamá, por ubicar al viejo pascuero en un lugar que existe, gracias por dejarme creer en él hasta hoy y gracias por ayudarme a que muchos niños sigan creyendo en él gracias al país de la ilusión...