Empanadas...
Ayer conversaba con unas amigas del instituto y salió el tema de los amores platónicos a la palestra.
De chica fui bien enamoradiza. Siempre me fijaba en los hombres que parecían prestarme un poco de atención, aquellos imposibles que solo me veían como una muy buena amiga o como la tabla de salvación de la prueba del martes.
Pero yo insistía en enamorarme perdidamente de aquellos que nunca iban a estar disponibles para mí, insistía en mis amores imposibles, sufridos y totales.
Lo que nunca me pregunté era que hacer si mi amor platónico me miraba o (por fin) sentía algo más que simpatía por mí...
Y me pasó una vez, que miré a un niño precioso, alguien que no tenía como llegar a mi mundo estrecho; una especie de ángel que iluminaba mis noches cuando lo soñaba y hacía explotar de felicidad mis días cuando me decía hola.
...Y me miró. Se acercó a mí y me dijo que yo le encantaba. Me hizo trizas los sueños al humanizarse y sentirlo tan cerca!
Cuando hablábamos del tema y recordé este episodio, pude por fin entender lo que me había pasado con el ángel que había bajado para decirme lo que sentía. Fue lo mismo que me pasó cuando, paseando por Pomaire, le pedí, siendo muy chica, una empanada de kilo a mi mamá: La vi tan imponente que no supe que hacer con ella!...
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